domingo, 26 de octubre de 2025

UNA HISTORIA DE FANTASMAS

 Se viene una fiesta foránea como muchas, pero que ya se ha hecho tradicional en nuestra ciudad, donde los niños salen a pedir golosinas disfrazados de lo más espantoso que puedan. En consonancia con esa fecha de brujas, espectros y monstruos varios, se me ocurrió que era un buen momento para contar...

                   UNA HISTORIA DE FANTASMAS

SE AGRADECEN LOS COMENTARIOS, ES BUENO SABER QUE HAY SERES HUMANOS DEL OTRO LADO DE LA PANTALLA

Lunes 5 de agosto

Querido diario:

                      Ese maldito fantasma no se cansa nunca de fastidiarme. Mi familia cree que estoy loco o que tengo «pérdidas de memoria temporales»

Que yo mismo me escondo las cosas o las pierdo por distraído. Que me levanto sonámbulo y arrojo cosas al piso solo para molestarlos y no dejar que duerman tranquilos. Incluso, hace dos noches, me culparon de romper el vidrio de mi ventana solo para jorobar.

   En castigo no me han repuesto el vidrio aún y entre el frío y el maldito espectro no pude dormir en casi toda la noche. Hoy me dormí en el liceo y me castigaron sin salir del cuarto en todo el día. Voy a aprovechar a investigar cómo hago para vengarme de ese fantasma.

 

Martes 6 de agosto

Querido diario:

                       Mi amigo Juan dijo que vino a estudiar a casa hoy. Esa fue las excusa para nuestros respectivos padres. Vino a instalar una cámara especial para grabar al fantasma. El sabe mucho de esas cosas. Vio las películas de cazafantasmas tantas veces que ya se las sabe de memoria. Y aunque son muy fantasiosas, mi super inteligente amigo dice que la justificación teórica de muchas cosas es real y que con los filtros de su cámara vamos a poder grabarlo. A veces pienso que Juan está poseído por un anciano sabio. No puede saber tantas cosas con dieciséis años. Pero es el único que me cree y no se burla de mí.


Miércoles 7 de agosto

Querido diario:

                        Me suspendieron cuatro días en el liceo por agarrarme a las piñas. Ya no aguanté más que se burlaran de mí. El idiota de Carlos me quiso asustar con una sábana agujereada, cómo si yo fuera un bebé y los fantasmas se vieran así. Estoy podrido de que me agarren para el churrete. Re-podrido. Yo no elegí ser petiso, gordo, con pecas y que encima el fantasma de algún maldito bromista haya elegido mi cuarto. Juan iba a venir a ver si habíamos podido grabarlo, pero el también está castigado por defenderme. Igual nos conectamos por el teléfono. El fantasma se ve clarito y me recuerda a alguien. Se acercó a la cámara y hablaba haciendo gestos con las manos. Parecía hablar en lengua de señas. Lo único que pude entender es que quería que lo ayudara. O sea que todo lo que hacía era para llamar mi atención. 

Le dije a mamá que viniera, apenas empezó a mirar se puso a llorar y bajó a buscar algo. Yo quería que me ayudara con mi plan para castigar al fantasma, pero ahora sentía que mi venganza sería un error. 

  Mamá volvió al rato con una libreta y fotos; ¡el fantasma era mi abuelo! 

Me pidió que pusiera el vídeo desde el principio, escribió lo que decía el fantasma y se fue sin mostrarme nada. Solo me dijo que el abuelo ya no me iba a molestar y que hablaba así porque era sordomudo. Le pregunté por qué no me escribía. Resultó que mi abuelo era analfabeto además.


Viernes 9 de agosto

Querido diario:

                         Hoy vinieron a cambiar el vidrio roto. Ya no entra frío. Cómo dijo mamá, el abuelo no me volvió a molestar. Le mandé el vídeo a Juan. Él me dijo que con un programa de inteligencia artificial iba a hacer hablar al fantasma. Que era muy fácil. Para él que es un genio, todo es sencillo. Me estaba matando la duda de que le había dicho a mamá, aunque ella decía que era mejor no saber. Lo único que me explicó es que entre ella y el abuelo había quedado algo pendiente, algo que cuando fuera más grande me lo contaría. Por eso el fantasma del abuelo no podía irse. No lo creí nada.


Domingo 11 de agosto

Querido diario:

                       Mamá tenía razón. No estaba listo para conocer la verdad. Pero ya es tarde. Mi amigo me mandó el vídeo con la advertencia de que no lo viera. No le hice caso. Ahora los dos llevamos cuarenta y ocho horas sin dormir. Voy a tener que decirle a mamá que lo vi, que necesito su ayuda. Estoy muerto de miedo. ¿Por qué no le habré hecho caso?¿Por qué?

viernes, 3 de octubre de 2025

UN AS EN LA MANGA

 Otra de las tantas inspiradoras propuestas de Literautas, era crear un texto libre titulado "Un as en la manga", con el reto opcional de que uno de los personajes se hiciera famoso de golpe. Con esto en mente y el límite de 750 palabras, puse manos a la obra, para comprobar que tener un as en la manga puede ser muy bueno... o quizás no.

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Javier García nació con dos habilidades que poca gente tiene: oído absoluto y una voz  potente y suave, ideal para cantar. Además de una belleza física que provocaba suspiros de las muchachas hasta que empezaban a hablar con él. Sin embargo, nunca tuvo ni la constancia ni las ganas de trabajar para aprovechar estos tres regalos de la naturaleza. Ya desde muy chico, se acostumbró a los aplausos y los constantes elogios de sus familiares y compañeros de estudio. Cualquier instrumento musical que llegaba a sus manos era un poco tiempo un juguete que le aburría. Sus padres trataron de incentivar sus estudios de música, pero como todo le salía fácil nunca se preocupó por estudiar. Pensaba que con su talento natural sería más que suficiente para seguir alimentando su ego con vítores y aplausos. 
     Su hermana menor era todo lo contrario a él. Sin esas habilidades naturales, debió esforzarse mucho para hacerse un camino en la música. Con mucha constancia consiguió convertirse en una estupenda vocalista, trabajando su voz día tras día. Aprendió a tocar la guitarra sin llegar a destacarse demasiado, pero su técnica vocal le fue abriendo puertas poco a poco. No le interesaba la fama. Sólo quería compartir su arte con la gente y con un grupo de amigas formaron un coro para hacer covers en fiestas y pequeños eventos. Con los años llegarían a hacerse un nombre en la escena musical local, hasta hacer un recital completo ellas solas.
  Javier formó parte de varias bandas menores, pero pronto se aburrió y salió a buscar la fama por su cuenta. Llegó a probarse en una bastante conocida.  Sus compañeros quedaron fascinados por la potencia de su voz durante la prueba. El mánager de la misma estuvo de acuerdo, pero le mandó con un profesor de técnica vocal. Nunca fue, considerando que su talento no necesitaba ser corregido. Casi nunca iba a los ensayos y cuando lo hacía era para criticar a sus compañeros. No llegó a debutar.  Furioso, les gritó que no entendía « como una manga de fracasados como ustedes grabó tres discos ».
  Decidió probar suerte en el cine, pese a no tener formación actoral, pensando que con su voz y su facha era más que suficiente. Siempre se iba de los casting furioso, insultando a todos y pronto ya no lo dejaron entrar a ninguno.
  No entendía cómo los demás no eran capaces de apreciar su enorme talento. Merecía ser famoso, no cómo su mediocre hermana , avanzando paso a paso. Tenía que ser de un día para otro, sus dones naturales deberían ser más que suficientes para eso. La fama era su obsesión y él culpaba a la mala suerte de no alcanzarla. 
  Su padre enfermó y la situación económica familiar se complicó. Su madre le dijo que no podía seguir jugando al artista, que debía colaborar con su familia. Treinta años ya no era edad para «seguir  bobeando y vivindo de tus padres».
  Ella le dio una tarjeta de un mago bastante famoso que en un par de años se retiraba y andaba buscando un aprendiz. No le alegró la idea, pero fue igual. Le resultó fácil aprender todos sus trucos y dos meses después le sustituyó en una fiesta infantil. Fue todo un éxito. 
  Ya se creía mejor que su maestro y decidió que se quedaría con su lugar y su hermosa ayudante.
  Una semana antes de una importante actuación, empujó al mago por un balcón del hotel donde se alojaban haciéndolo pasar por accidente. No murió, pero se quebró una pierna en tres partes y Javier vio su nombre en letras luminosas al frente del teatro.
  —Sé lo que hiciste—le dijo el mago—. Vas a lograr la fama, pero no como tú crees.
  —Saber y no poder probar, ¿de qué sirve? —ironizó Javier.
  —Un mago siempre tiene un as en la manga. No lo olvides. Siempre.
  Llegó el día. Periodistas de todo el mundo cubrían el debut del mago Javier, que se puso el frac de su maestro, pese a la advertencia de su ayudante de que era una falta de respeto.
  Al otro día fue noticia en todos los portales. Cómo fue que el as de la manga se le había enterrado en el cuello cortando su yugular, nadie era capaz de explicarlo. Cómo todos aplaudían mientras se desangraba creyendo que era parte del espectáculo, tampoco. Y mucho menos, entender la estúpida sonrisa de Javier, famoso al fin por su insólita forma de morir.

domingo, 21 de septiembre de 2025

CANTANDO BAJO LA LLUVIA

Cualquiera que  haya trabajado en un lugar con varias personas, alguna vez habrá sufrido de las bromas de sus compañeros. Por su peso, su altura, su pelo o falta de éste, o cualquier rasgo destacable de su aspecto o carácter. Eso le pasa a nuestro protagonista, víctima preferida de las burlas de sus inmaduros compañeros.


—Parece que va a llover —dijo Laura, mi esposa, acariciando su rodilla—. Me lo dicen los huesos.

La miré y sonreí. 

—Se nota que tu rodilla no mira por la ventana —respondí irónico—. No hay ninguna nube.

—Mi rodilla no falla. Deberías saberlo. Llevate el paraguas, haceme caso. No pasa de la una de la tarde.

—No voy a hacer el ridículo llevando el paraguas con este día. Ya bastante con me llamen cuatro ojos en la oficina. 

Ella puso los brazos en jarra y empezó a hacer pucheros. Soy incapaz de resistir cuando lo hace.

—Está bien, lo llevo. Pero se van a matar de la risa conmigo. Ya sabés como son en la oficina.

—Si querés llevate el mío que es chiquito y lo podés esconder en la mochila. Igual no lo vas a tener que sacar, según vos —me dijo con su mejor sonrisa.

 Le dí un beso de despedida y salí a la calle con mi paraguas extra grande. Ni loco me llevaba el de ella. No iba a andar por la calle con ese monstruo rosado, y encima, con flores estampadas y flecos alrededor.

El sol brillaba, la temperatura no solo era agradable, sino la normal para la época, y no había una gota de viento. Me sentía un poco ridículo paseando con ese paraguas enorme. Hasta hice un poco de tiempo para llegar a la oficina y retrasar las cargadas.

Apenas entré empezaron las bromas.

—Gutierréz,  Gutierréz,  Gutierréz —dijo el contador López, feliz de poder tomarme el pelo—. Veo que otra vez el pollerudo le hizo caso a la mujer y vino con la sombrilla a cuestas.

Maldije para mis adentros. Nunca debería haberlos contado que Laura se había criado en el interior profundo, en un pueblito perdido en medio de la nada, y por eso creía en un montón de supercherías que ella llamaba “sabiduría popular”. Por más que muchas veces acertaba con sus pronósticos, más que los meteorólogos profesionales, aquello carecía de toda explicación racional.

Claro, al no ser yo una lumbrera (a duras penas había terminado el ciclo básico del liceo), me faltaban argumentos para contradecirla. Además de lo mal que se ponía cuando yo le decía que no dijera más bobadas.

El gerente me llamó a la oficina solo para reírse de mí.

—Pero, Gutierréz —dijo con sorna—, ¿cómo se animó a venir hasta acá sin su paraguas? Mire si lo agarra la lluvia por el camino. Queda hecho una sopa.

Hasta la secretaria, a quién yo consideraba una buena amiga, se rió a carcajadas de la broma del gerente. Cuando salí de su oficina, todos estaban muertos de risa. Sin duda había sido idea del contador. Se creía gracioso.

—¡Arriba, compañero, es solamente una pequeña broma! —exclamó López sin parar de sonreír—. Para hacer las paces lo invito a almorzar al restaurante nuevo. 

—Está bien —acepté resignado—. Ahora dejame trabajar antes que el gerente me llame de nuevo, pero para rezongarme.

Traté de concentrarme en el trabajo. Llenaba las planillas como un autómata, pensando en como devolverles la broma a mis “queridos e inmaduros compañeros”. Que en la escuela se burlaran por lo grueso de mis lentes era algo normal. ¡Pero en la oficina el más joven tenía cuarenta años! Ya no estaban en edad para esas pavadas.

Cuando salimos a almorzar el día había cambiado. El viento había empezado a soplar desde el este con cierta intensidad. Algunas nubes empezaron a ralear en el cielo, aunque todavía eran demasiado pocas para pensar en la lluvia. Recordé que Laura dijo que empezaría a llover antes de la una, y a fuerza de evidencia, cada vez me sentía más propenso a creer en sus pronósticos. Nadie se rió cuando tomé mi paraguas para ir a comer.

La comida estaba deliciosa, y abusando de que López invitaba, me pedí un flan con dulce de leche para el postre. Y café. A medida que el almuerzo avanzaba, también lo hacían las nubes, que pronto cubrieron todo el cielo con un cerrado manto negro. Mientras paladeaba el flan, las primeras gotas, gruesas, espaciadas, comenzaron a caer. López se arrimó a la caja a pagar sin terminar su comida y se puso el saco por encima de la cabeza. No le iba a servir de nada. No se había alejado dos cuadras cuando  las compuertas del dique celestial se abrieron de par y aquello fue un diluvio en toda regla.

Salí sonriente con mi enorme paraguas, no sin antes mandarle un mensaje a Laura para darle las gracias y pedirle disculpas por haber dudado de su pronóstico. Caminé las cinco cuadras cantado bajo la lluvia cual un Gene Kelly latino, y llegué a la oficina con la punta de los zapatos apenas mojados.

El contador López estaba sentado en su escritorio luchando con su difunto celular que chorreaba agua por todos lados, al igual que su ropa. Era la viva imagen de la derrota.

Mientras tecleaba cifras en mi computadora, empecé a canturrear en voz no tan baja : «I'm singing in the rain, just singin' in the rain, What a glorious feeling, I'm happy again...» 

sábado, 13 de septiembre de 2025

LOS PERROS Y LA ESCRITURA

      No recuerdo exactamente que edad tenía. Nueve o quizás diez años, cuando una pesadilla recurrente transformó mis noches en una tortura.

   Desde la cabecera de mi cama, como si fuera la imagen de una película, comenzaban a salir perros en abanico para atacarme. De variadas razas y colores, ladrando con furia y babeando, me obligaban a correr con desesperación hasta saltar a los brazos de mi madre como si fuera un bebé.

   Apenas conseguía alcanzarla, la jauría desaparecía y yo despertaba, asustado y sudoroso. 

   A consecuencia de ese sueño casi diario, desarrollé un terror tan grande a los perros que si veía uno por mi vereda, cruzaba la calle sin mirar, corriendo desesperado, muerto de miedo. Por suerte en el barrio donde yo vivía y por aquellos años el tránsito era muy escaso.

  Mi madre, al notar este riesgoso comportamiento, consultó al médico que me derivo al sicólogo.

  Poco recuerdo de aquellas sesiones, salvo algo que me marcó bastante y puede haber sido, tal vez, un impulso hacia mi pasión de contar historias mediante la palabra escrita.

 Si bien en la escuela ya nos ponían redacciones, eran casi siempre para contar cosas reales. Qué hiciste en las vacaciones, qué vas a hacer cuando seas grande, cómo es tu calle, etc. Al menos, esas son las pocas que consigo recordar.

  El sicólogo, sin embargo, me mostraba distintas ilustraciones y me invitaba a escribir historias sobre lo que veía en las mismas. Ese niño que fui, miraba las láminas un rato y luego empezaba a escribir el antes, el durante y el después de lo que observaba. Redacciones largas, impropias de un niño de esa edad, que sorprendieron al facultativo (aparte de darle bastante para leer).

  La conclusión fue simple: es un niño normal, inteligente y muy imaginativo. 

  Pero eso no explicaba el origen del miedo, hasta que mi madre recordó un incidente acaecido cuando yo tenía cuatro años: llegando a un cumpleaños, el perro de la casa saltó a saludarme y me tiró al piso.

  Era evidente que ese recuerdo reprimido, podía ser la causa de mi pesadilla casi diaria. 

  Lo que necesitábamos entonces, era encontrar la solución al problema.

  No hubo terapia ni más visitas al doctor. Solamente un consejo del sicólogo: consigan un cachorro y que el niño se encargue de cuidarlo. Funcionó a medias. Mi vínculo con Rabito fue bastante lejano y no volví a tener un perro hasta ser adulto, muy adulto. El miedo se fue atenuando con los años sin irse nunca totalmente. Como ciclista he sufrido unos cuántos embates por parte de los cánidos. Y eso no ayuda. Lo que sí desapareció fue esa pesadilla. Ya no más perros saliendo de la cabecera de mi cama. Ya no más cruzar de acera a lo loco.

   Pero la costumbre, la alegría y la pasión de contar historias por medio de la palabra escrita, se convirtieron en parte inseparable de mí. Para siempre.