UNA BREVE INTRODUCCIóN
Creo que todos tenemos algo que, justificadamente o no, nos provoca vergüenza. Algún deseo oculto, un temor inconfesable, una afición o costumbre socialmente denostada. Esto es lo que le sucede al personaje de este cuento, quién por no decepcionar a su padre le oculta algo para nada vergonzante, una pasión tan fuerte e irrefrenable que convertirá en inolvidable aquella aparentemente tranquila....
-Sólo es una pierna quebrada- acotó Jorge restándole importancia- Nadie se ha muerto por ello.
-Igual, cuídate-pidió su padre mientras caminaba hacia la puerta-¿Seguro que no precisas más nada?
Saúl asintió con la cabeza. No habían pasado cuatro segundos cuando su padre estaba de vuelta en la casa.
-Necesito esto- se justificó a la vez que tomaba un paraguas- Ha comenzado a llover con fuerza. ¿Seguro que... Está bien, está bien, no te pregunto más nada. Chau.
"-Al fin se fue-pensó- Ahora si puedo dedicarme a mis cosas."
Jorge era licenciado en literatura, profesor de la facultad y un renombrado crítico, director de la más importante revista literaria en idioma español. Hijo de un famoso escritor, creció rodeado de libros y revistas especializadas. Sin embargo, a escondidas y con un inexplicable sentimiento de culpa, cómo si fuese un terrible crimen, cultivaba una secreta e inconfesable pasión; las revistas de historietas.
Su padre le había dicho una vez que el comic era un género menor, creado para los niños y la gente inculta, incapaz de apreciar la belleza de un buen libro, y "para los vagos que prefieren mirar dibujitos a imaginar lo que la novela relata".
Prefería morir antes que confesarle a su padre sus ideas sobre el noveno arte, y solía dar rienda suelta a su afición cuando se encontraba solo en la casa.
Caminó con dificultad hasta la biblioteca, apoyado en unas muletas demasiado altas para su talla y que se le resbalaban a causa de la transpiración. Afuera, la veraniega tormenta arreciaba cada vez con más fuerza. Se apoyó en la escalera adosada al riel de la biblioteca y la desplazó hacia el centro. Para su desgracia, había escondido las revistas en la parte alta de la biblioteca, mezcladas entre clásicos como "El quijote" y "La divina comedia". Su padre jamás subía hasta allí, y eso convertía aquel estante en la más segura salvaguarda de su honor.
Subió trabajosamente los seis escalones que necesitaba para llegar allí, arrastrando la pierna quebrada contra los peldaños. Se secó la transpiración con la manga de la camisa y tomó una de las revistas con la emoción de lo prohibido. Fascinado por las artísticas viñetas que llenaban las hojas, perdió conciencia de la altura y del yeso, y perdió el equilibrio.
La revista voló varias metros más allá mientras sus manos trataban desesperadamente de asirse a la escalera. El golpe fue brutal. No sentía dolor alguno, pero si el calor húmedo de la sangre que manaba de su cabeza. Intentó ponerse en pie, sin conseguirlo. Tirado como estaba, con una pierna tiesa a causa del yeso y la otra tal vez rota, se arrastró como pudo hasta el dormitorio para alcanzar al teléfono inalámbrico y llamar una ambulancia. Se sintió desesperar al ver que el teléfono no estaba en su base y recordó haberlo dejado en el patio esa misma mañana, cuando el límpido cielo no hacía presagiar la feroz tormenta que horas después se desataría.
Casi reptando, al límite de sus fuerzas llegó hasta el patio sólo para comprobar que el lugar se había convertido en un enorme charco, donde el hermoso teléfono color marfil hacía las veces de tapón, encastrado por la fuerza del agua en la boca del desagüe. Lo tomó, aún a sabiendas de que no era más que un aparato inútil, asesinado por su insana costumbre de dejarlo tirado en cualquier lado. Gritó pidiendo auxilio, con la ligera esperanza de que alguien pudiera escucharle por sobre el estruendo de los truenos y la lluvia. Mientras el agua se teñía con el rojo de su sangre, se escuchó a sí mismo decir con ironía: -Es solo una...pier..na que..brada. Nadie se ha...nadie se había muerto por eso.