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viernes, 25 de octubre de 2024

 

                EL FARERO


Lo más difícil de todo es soportar la soledad. Es irónico. Toda mi vida deseando estar en un lugar apartado, lejos de todos. Hice cosas poco éticas para conseguir el puesto en el faro marciano. Tanto lo deseaba. No puedo quejarme, me pagan millones por recibir a lo sumo tres naves que van de paso al año, reponerles lo que necesiten y darles un corto paseo por la gigantesca pradera de verde césped que rodea el faro . Que no se parece en nada a los viejos faros terrestres. Su azotea es un enorme espaciopuerto , su altura no supera los 10 metros y no hay mar a la vista. Las “rocas de agua” descubiertas hace años en Europa-la luna joviana- procesan los elementos del aire durante el día y en la noche liberan la más pura agua. No se sabe aún como lo hacen, estas rocas de aspecto duro y consistencia esponjosa, generan tanto líquido que la terraformación de Marte avanza viento en popa. Hasta me permiten tener una piscina y cuantas duchas quiera al día. Mi mayor trabajo es mantener la hidrogranja que me provee de frutas y verduras frescas. La carne sintética y los huevos me llegan de la tierra en sondas cada mes. Tengo acceso a todo el entretenimiento en línea , tiempo para dedicarme a pintar -algo que amaba hacer antes-, pero ya nada me motiva a hacerlo.

Creí que estando solo aquí sería feliz. ¡Qué equivocado estaba, qué equivocado!

sábado, 19 de octubre de 2024

Cielo perdido


 Ocultamos el cielo de mil formas
 por sentirnos seguros renunciamos, 
a las luces lejanas de los astros
por las luces cercanas de los barrios

 El turismo espacial para unos pocos,
 ricachones aburridos y estresados 
fue tapando el firmamento para todos, 
fue dejando un cielo encapotado 

 Agotamos todos los recursos, 
por idiotas, egoístas e insensatos 
¡Ya no hay chance de llegar a las estrellas, 
más lejanas que nunca se han quedado! 

 Hasta el simple placer que da observarlas
 esta raza inmadura se ha negad
o Le dijimos adiós a las estrellas. 
Y en la tierra nos quedamos encerrados

sábado, 5 de octubre de 2024

                           El mejor lego

                 ¿Recuerdos, remembranzas, añoranzas quizás? Episodios de mi infancia y juventud que vuelven a la vida motivados siempre por algún disparador, alguna conversación sobre cosas que rozan apenas tangencialmente la historia, pero sin tener mucho que ver con ella.

        En esta primera historia voy a mencionar la conversación que despertó este recuerdo, en las sucesivas, salvo que sea relevante para contextualizarlo, iré directamente a la historia. 

          Hablando con gente con la que me vinculo solo por trabajo, salió el tema de los lego y la facilidad para hacer y deshacer la construcciones.

     -¿Te acordás aquellos que venían en una cajita con motores para armar vehículos?- me preguntó uno de ellos.

        - Capaz que lo ví, pero nunca tuve uno- contesté sin darle importancia.

       Me miraron con cara rara, y no me extrañó.

        Ellos, hijos de profesionales, siempre fueron gente con otro poder económico. Quizá no sabían que otros niños no podían a acceder a ese tipo de juguetes.

      -Ya salió el clásico uruguayo, llorando miseria- me dijo.

        Pero yo no contesté. Mi mente voló a mi infancia en mi querido barrio de Capurro y al recuerdo de mi propio lego. Un lego que no se podía comprar en ningún lado y que nos daba innumerables horas de creatividad y placer.


     En el viejo Parque Capurro, antes de que el “progreso” nos robara la mitad del mismo para construir los accesos a la capital, la canchita del equipo de Baby fútbol se encontraba en el extremo contrario del Parque al que hoy ocupa la de Fénix infantil, en un sector que ahora es atravesado por los accesos.

      Detrás de esa canchita, había una carpintería que no recuerdo que fabricaba, pero tiraba muy seguido unos recortes de madera de 10 cm x 2 cm x 1/2 cm, que los gurises del barrio juntábamos para hacer lo que la imaginación nos permitiera. Desde un fuerte para proteger nuestros soldaditos de plástico de los “malvados indios”, hasta una nave capaz de surcar los abismos el espacio.

         Podía crear lo que se me antojara, no tenía limitaciones de tornillos ni manual de instrucciones, casi no precisaba herramientas, aunque a veces le robaba algunos clavos y el martillo a mi viejo. Y cuando calentaba la cola de carpintero para hacer algún arreglo, (aún no existía la cola fría, la popular cascola), yo aprovechaba para pegar algunas maderitas. 

      Otras veces la ataba con la piola de la cometa o le hacía pequeños cortes para encastrarlas. Era mejor que el lego comprado y cualquiera podía acceder a él.