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lunes, 5 de mayo de 2025

Una historia de Star Trek

                                   

Si hay una serie que marcó mi adolescencia y juventud es Star Trek, especialmente la nueva generación. Una nueva propuesta de literautas me inspiró esta loca historia, donde los personajes de la serie tratan de ayudar a una madre en...

  Una historia de Star Trek

Javier se arrellanó en el sillón, listo para ver otro capítulo de su serie favorita. La voz del locutor comenzó con el tradicional parlamento, que a fuerza de repetición, el adolescente ya conocía de memoria.

«El espacio, la última frontera. Estos son los viajes de la nave enter...»

La abrupta interrupción le hizo pensar en un corte de luz, hasta que vio a su madre con el control remoto en la mano. No la había oído entrar.

—¡Mamá. Otra vez! ¿Por qué me apagás la tele? —protestó Javier—. ¡Siempre me hacés lo mismo !

Martha, su madre, lo miró con hastío. Todas las noches, cuando llegaba de cumplir su doble turno de enfermera, encontraba a su hijo viendo la misma serie: Star trek, la nueva generación.

—Son casi las doce de la noche —informó—. Y mañana a las ocho tenés examen de matemática. Deberías estar durmiendo.

—¡Ufa, ¡cómo si alguna vez te trajera una mala nota, mamá! Ahora entiendo por qué se fue papá. Sos una pesada. Chau, me voy a mi cuarto.

Martha iba a reclamar que al menos le diera un beso, pero prefirió no hacerlo. La mención a su ex-marido le dolía demasiado. Javier, cada vez que se enojaba con su madre, la culpaba de la separación. Tenía la esperanza de que algún día su hijo fuera capaz de entender como habían sido las cosas y ya no le recriminara.

Carlos, su ex-marido, vivía en una adolescencia perpetua. Era incapaz de mantenerse en un trabajo por más de seis meses porque se aburría pronto. Poco le importó tener que mantener un niño que llegó cuando apenas tenían dos años de casados. Esto obligaba a Martha a hacer dobles jornadas laborales, y además ocuparse del hogar, porque él se negaba a realizar las tareas domésticas. «Son cosas de mujeres» decía siempre, para justificar su actitud.

« Y encima lo enfermó a Javi con esa serie» pensó ofuscada. Por causa de ese fanatismo, su hijo casi no tenía amigos y todos en el liceo decían que era un muchacho raro. Novia, ni pensarlo, salvo que conociera alguna chica fanática de Star trek.

La gota que derramó el vaso en la pareja, fue cuando padre e hijo fueron a una comic-con disfrazados de Worf y Data, dos personajes de la serie. Disfraces pagados con una tarjeta de crédito ya sobregirada, lo que provocó una discusión tan fuerte que terminó con la partida del padre de Javier.

Cansada como estaba, decidió prepararse un té de tilo para calmar los nervios antes de ducharse y dormir. Cuando abrió el cajón de los cubiertos para sacar una cucharita, una vieja llave oxidada llamó su atención. ¿De donde había salido? La tomó en sus manos, sintió una fuerte vibración y de pronto, todo desapareció. 

Ya no había cocina ni muebles, y al mirarse descubrió que estaba vestida con un mono enterizo de textura y aspecto extraño.

—¿Dónde diablos estoy? —exclamó asustada, incomodada por las luces del lugar.

—Se encuentra usted a bordo de la nave estelar Enterprise, mi querida señora. Mi nombre es Jean Luc Piccard y le doy la bienvenida en nombre de la Federación Unida de Planetas.

Martha estuba a punto de desmayarse. Giró en derredor. Worf, Data, Troy y los demás tripulantes la saludaban con una sonrisa. 

—No sé cómo llegué, pero me voy de este set. Son muy buenos actores y mi hijo los ama. Buenas noches, Patrick.

—Estamos en medio del espacio, señora Martha —informó Data con su artificial y aún así casi humana voz. No puede ir a ningún lado.

—Sí, claro, y usted es un robot.

—Prefiero que se me llame ser humano artificial, pero la suya no es una mala descripción —afirmó el androide a la vez que abría su pecho para mostrale su avanzada conformación tecnológica.

—Esto es demasiado.

Martha se desplomó enseguida de terminar la frase.

—Doctora Crusher, venga al puente enseguida —pidió el teniente Riker por el intercomunicador. Tenemos una emergencia médica.

—¿Alguien puede decirme cómo llegó esta mujer a la nave? —preguntó el capitán Piccard.

—No a través de los teletransportadores, capitán —informó el teniente Riker.

—Además cree que somos actores —comentó Worf riendo—. ¿Quién diablos será ese Patrick  que mencionó?

—Eso no es lo más extraño, capitán —informó la doctora. Su identificación dice que nació en 1967. Debe tener unos… trescientos años. Pero parece de cuarenta o algo así.

—¿Hemos atravesado alguna distorsión espacio-temporal, comandante Data?

—No señor, nada en absoluto.

—¡Oh, oh! Ya se que pasó, capitán —agregó la doctora. Ella tiene la llave.

Todos se miraron sorprendidos. Aquello no era posible. A menos que…

Martha despertó rato después en la enfermería, pensando que aquello había sido solo un mal sueño. Algunas tardes había acompañado a Javier a ver la serie y por eso conocía bien a los personajes. Tal vez la última discusión con su hijo le había llevado a aquella extraña broma de su subconsciente.

Grande fue el susto que se llevó cuando vio la cara de la doctora Beverly Crusher a escasos centímetros de la suya.

—Estoy soñando, estoy soñando, estoy soñando —repetía como si fuera un mantra, pero aquello no 

conseguía el fin buscado.

—Ojalá fuera un sueño, mi querida… Martha —dijo la doctora mirando su identificación. Porque para tener más de trecientos años, se vé usted muy saludable. Trate de sentarse. En un rato el capitán le explicará todo.

 —¿Qué va a explicarme? ¿Qué estoy en un set de televisión y ustedes son todos actores? ¿Qué todo esto es una estúpida broma de mi estúpido ex-marido? ¿O fue mi hijo, enojado porque ya no quiero que pase el día mirando la serie?

—Será mejor que se calme, Martha. Su presión arterial está subiendo y si no se tranquiliza, voy a tener que aplicarle un calmante.

—Claro, con ese inyector de utilería que usan en la serie, ¡ay! Eso duele.

—Pero ayuda a calmarla —afirmó sonriente Crusher—. La presión arterial ya se estabiliza. Ahí viene el capitán.

Martha se sentía un poco extraña. Sonrió al recién llegado.

—Hola, Patrick —saludó jocosa.

—No sé quién es ese tal Patrick, pero entiendo que se parece a mí.

—Creo que como broma ya es suficiente, Patrick.

—Le repito que mi nombre es Jean Luc Piccard, comandante…

—… la nave estelar enterprise, bla, bla, bla. Todo muy lindo. Pero terminemos de una vez con esta payasada, porque quiero volver a casa. 

El capitán y la doctora se miraron. Data entró en ese momento.

—Capitán, parece ser que ese tal Patrick es quién interpreta su papel en una serie de televisión. Parece que Gene no cumplió su promesa de no usar nuestros nombres reales.

—Sabía que ese muchacho no era de fiar. Pero él tenía la llave. No podíamos hacer otra cosa que ayudarle a salir de su bloqueo creativo. Y ahora ella la tiene.

Martha no deba crédito a lo que escuchaba. Aquello estaba pasando de castaño oscuro.

—Bueno, ustedes sigan jugando que yo me voy. Mañana tengo doble turno y… ¿Por qué me miran así?

—Señora, usted vino a nosotros por una razón. Cuando alguien recibe la llave es porque necesita ayuda —comentó la doctora.

—Esa llave —agregó el capitán—, debe ser la única cosa buena que el todopoderoso Q a hecho en su interminable vida. Cuando alguien la recibe es porque necesita ayuda. 

—Creo que mi hijo me odia —dijo Martha, más por descargarse que por otra cosa—. Pero ustedes no son reales y yo debo haber perdido la cabeza.

—¡Los de la tele no serán reales, nosotros sí! —estalló el capitán—. No sé lo que se ve en esa serie. Pero supongo que es bastante popular.

—Oh, sí que lo es. Ustedes son grandes héroes. Descubren nuevos mundos, viajan a muchas veces la velocidad de la luz, libran grandes batallas. Y casi siempre salvan a los buenos.

—¿Velocidad de la luz? Eso es pura basura. Esta nave apenas viaje a un décimo de ella. ¿Grandes batallas? Contra el aburrimiento, tal vez. Apenas hemos contactado un par de razas y colonizado cuatro o cinco planetas que no tenían vida inteligente propia. Se ve que Gene tiene una imaginación desbordante. Perdón, ¿qué dijo sobre su hijo?

—Que me odia. Piensa que su padre se fue por mi culpa. Otro enfermo con su serie. El problema que no entiende que él debería ser el adulto responsable.

—Data —pidió el capitán—averigua todo lo que puedas sobre esta familia. Tenemos que solucionar su problema. Usted, señora, debería dormir un rato y dejar todo en nuestras manos. Doctora Crusher, ¡ahora!

Antes de que Martha pudiera reaccionar, volvió a sentir un puntazo en el cuello.

Cuando despertó, estaba en su cama. No recordaba haberse acostado, pero eso no le importó.

—¡Uff, qué alivio! ¡Fue solo un sueño!

Saltó de la cama al ver la hora. Se vistió volando y bajó a preparar el desayuno. Su hijo le había ganado de mano. Café y tostadas le esperaban en la mesa del comedor.

—Hola, mamá. Lamento haberte gritado anoche. Me voy que llego tarde al examen. Te quiero. Nos vemos en la noche.

Javier la despidió con un sonoro beso y se fue. 

Esos cambios del odio al amor, propios de la adolescencia, la volvían loca. Quizá había exagerado al decir que Javier la odiaba. Sin embargo, eran más las discusiones que los buenos momentos. 

Hubiera querido contarle de su loco sueño. Estaba seguro que a Javier le encantaría. Lo haría más tarde. Era bueno tener un tema de conversación que no fuese el liceo o su trabajo.

Se tocó el cuello y notó dos pequeños pinchazos.

«Alguna araña» pensó. «Voy a prender la tele para ver las noticias antes de irme»

Casi se cae de la silla cuando la cara del capitán Piccard llenó toda la pantalla. Trató de cambiar de canal, pero la imagen seguía allí.

—Martha, por favor, deje de intentar cambiar de canal que está interfiriendo la señal. ¿Todavía no cree que somos reales?

—Lo único que creo es que he perdido la razón. ¡Pobre hijo mío!

—Martha, escuche, no se ha vuelto loca. Muchas de las cosas que ve en la tele son vidas que seres de otra dimensión, como nosotros, le mostramos a algunas personas. Pero eso no importa ahora. Escuche con atención. Esto es lo que tiene que hacer...

Martha se bañó y vistió, cantando feliz como hacía tiempo no lo hacía. Antes de irse, escéptica aún, siguió las instrucciones del capitán.

Cuatro horas después, Javier llegó feliz a comentarle lo bien que le había ido en el examen, pero ella ya no estaba. Junto a su golosina favorita, en la mesa del comedor descansaba una carta de su madre con una vieja llave oxidada dentro.

Javier miró la llave curioso, la tomó en sus manos, sintió una fuerte vibración y de pronto, todo desapareció...


                                                                         FIN