domingo, 14 de diciembre de 2025

EL NIETO DEL DICTADOR (CUENTO COMPLETO)

 Este cuento es el que da título a mi único libro publicado hasta la fecha. He decidido brindarlo completo por este medio. Espero que lo disfruten. Me gustaría mucho recibir sus comentarios.


El nieto del dictador (El hueco en la paradoja del abuelo)

—Pero, entonces, ¿sí hubo una dictadura? —preguntó por tercera vez Laura, totalmente desconcertada.

—Sí —respondí algo ofuscado.

Ella se miró las uñas, pensativa. Sus ojos color aceituna me miraron con una mezcla de odio y fascinación.

—¿Y tu padre, ese señor que saludé hace cinco minutos, llevaría ya cinco años muerto?

—Así es.

Ella comenzó a reír a carcajadas.

—Y yo era un señor viejo, gordo, de barba y anteojos, ¿no? —preguntó divertida.

Su risa me hizo aflojar la tensión y reírme también.

—No, no es lo que recuerdo. Creo que siempre fuiste una hermosa chica. Y también una muchacha muy inteligente.

Mi decisión de contarle todo flaqueaba de a ratos. Llevábamos tres años de casados y nos conocíamos desde la escuela. Amaba a esa mujer y la sabía capaz de entender lo sucedido, aunque a mí mismo me costara creerlo.

Yo era el único que lo recordaba, porque para todos los demás jamás había sucedido. Ni la dictadura, ni el terror, ni la guerra civil que, tras largos años y muchísima sangre derramada, no logró derribar al gobierno de facto. Todos esos hechos que habían marcado mi infancia y adolescencia quedarían para siempre grabados a fuego en mi alma y, a pesar de lo reales que eran para mí, nadie tenía el más minino recuerdo de ellos.

—Hacé como si lo que te estoy narrando fuera un cuento y trata de no interrumpirme demasiado. No es fácil para mí, pero necesito descargarme. Ya no soporto más la culpa y el secreto. De más está decirte que todo lo que te cuente debe quedar entre nosotros dos. Hace cuatro años ya que guardo el secreto y hay noches en que la culpa no me deja dormir. Por lo general estoy convencido de que lo que hice fue lo correcto. Y los hechos finalmente me dan la razón. Esta paz, este progreso, esta libertad. Esta sociedad llena de vida y solidaridad hace cinco años era inconcebible. Y aunque lo que hice iba en contra de todas mis convicciones, sé que fue lo correcto.

—¿Y qué hiciste, tan malo? —preguntó entre desconcertada y sarcástica—. Si se puede saber.

—Asesiné a mi abuelo, no una sino dos veces —le espeté.

Sus hermosos ojos se abrieron como platos, echó la cabeza hacia atrás y luego, cerrando los ojos como si hurgara en su memoria, acertó a decir con una voz apenas audible:

—Pero no, no puede ser. Es una muy mala broma. Tu abuelo lleva muchos años muerto. ¿Cuántos años tenías cuando pasó?, ¿seis, siete, ocho? ¿Quién sos, Billy el niño?

—No lo maté cuando era un niño. Ya te dije que todo esto pasó hace cuatro años.

Laura se levantó sin decir palabra y fue hasta la cocina. Diez minutos después volvió con el mate en una mano y el termo en la otra.

—Parece que esto va a ser largo y complicado —se justificó—. Empezá a explicar desde el principio, porque, o tú te volviste loco, o soy yo la que está loca.

«Esto no va ser fácil», pensé. Si bien Laura era muy inteligente, más que el promedio, no era una persona muy imaginativa o de mente abierta. Y tampoco era una científica. Lo suyo era el arte.

—Viajé al pasado y lo hice, una vez y otra vez más. Ya te lo dije.

—Entonces, la paradoja del abuelo no es correcta —afirmó.

—¿Conocés la paradoja…? ¡Me dejás anonadado!

—Lo leí por casualidad en unos de tus libros. Pero si lo mataste y estás aquí, eso quiere decir que la paradoja no es tal.

—En cierta forma. Conocíamos la paradoja, y su lógica es tan clara como real. Pero le encontramos un hueco. Dame un mate, por favor, tengo la boca seca.

Sorbí el mate hasta casi hacer subir la yerba por la bombilla.

—Te decía, la paradoja tiene un hueco y nosotros se lo encontramos. En la línea temporal…, vigente…, sí, vigente antes del asesinato, yo era un científico subversivo disfrazado de buen ciudadano. A pesar de mi juventud, era profesor de ciencias físicas en la Universidad de la República y tenía todo el laboratorio a mi disposición. No te olvides de que era el único nieto del dictador. Con Roberto trabajábamos en un proyecto secreto del gobierno militar, relacionado con los viajes en el tiempo. Los progresos eran lentos y el presupuesto poco, pero…

—¿Qué Roberto? —me interrumpió, a pesar de mi pedido—. ¿Tu amigo?, ¿el loco de la motoneta? No te lo creo.

—Sí, ese Roberto. Creeme, en la línea temporal precedente nunca se había pegado la piña con la moto y era un verdadero genio. Es una de las cosas que me duelen mucho y me hacen sentir culpable. Pienso cuántas vidas pueden haber cambiado para mal como la suya y qué derecho tenía yo a hacerlo. Pero luego veo a mi padre y pienso en las otras vidas que cambiaron para bien (la gran mayoría) y sé que al final la balanza siempre tiende a equilibrarse. Dejame seguir, por favor. Te decía que trabajamos en ese proyecto del gobierno avanzando a pasos de tortuga, hasta que una tarde nos llegó una inspiración impresionante e hicimos un progreso tan grande como inesperado. Conseguimos ver el pasado. Era como un mundo de fantasmas, no podíamos interactuar con las personas ni con el entorno, pero era genial. Fue un descubrimiento tan rápido y fundamental que Roberto y yo decidimos ocultarlo. No queríamos darle ese poder a un gobierno absolutista. Podrían ver a los rebeldes que se habían escapado, por ejemplo, y saber para dónde iban. No, no era bueno que lo supieran.

Laura me pasó el mate y aprovechó para preguntar:

—¿Y cómo hiciste para ocultarlo?

—Abusé de la confianza del presidente. No te olvides de que yo era su único nieto, y el amor que me tenía, o que yo pensé que me tenía, era su único rasgo de humanidad. Estaba a punto de ascender a general en jefe cuando lo maté y seis meses después derrocaría al gobierno para convertirse en un dictador cruel e inhumano. Al niño que fui aún le cuesta creer que su dulce abuelo era un reverendo hijo de puta. Perdón. Déjame seguir. Luego de ese avance empezamos a progresar muy rápido, las ideas nos llegaban en torbellino y dos meses más tarde Roberto viajó hasta el día de su nacimiento, se vio a sí mismo e incluso felicito a sus padres por tan hermoso bebé. Esas fueron sus palabras al volver, «un hermoso bebé». Luego hicimos un pequeño gran experimento. A dos cuadras de la Universidad había una casa que llevaba más de veinte años abandonada. Tras asegurarnos de que no habría nadie, entre a ella diez años en el pasado y la prendí fuego. Fue un incendio famoso. Y fue genial. Habíamos logrado cambiar el pasado y también el presente. Roberto, aun sabiendo que yo lo había ocasionado, tenía el recuerdo de él mismo y de su madre viéndolo en el noticiero. Sólo yo no lo recordaba. Y entonces las cosas se complicaron. Alguien me había fotografiado saliendo del incendio, diez años atrás. No sé cómo ni por qué esa foto llegó a manos de mi abuelo y me puso entre la espada y la pared: «Mirá, sos mi único nieto y por eso esto queda entre nosotros. Pero esto prueba que han avanzado mucho más de lo que dicen. Mañana voy a volver con mis asesores y nos van a contar todo lo que hicieron. Y tu amigo se va detenido con nosotros. Si apreciás tu vida y la suya, tratá de tener todo pronto mañana a primera hora». Sabía que mi amigo no iba a pasar la noche y, lo que es peor, lo iban a torturar hasta matarlo. Entonces se me pudrió el mate. Decidí matarlo esa misma noche, pero no entonces, sino en el pasado, antes de que se convirtiera en la basura que era ahora. No era fácil de hacer. No puedo explicártelo ahora, yo mismo no lo tengo claro, pero hay que ser muy cuidadoso con los puntos temporales a los que uno viaja. Mi mejor oportunidad para hacerlo era cuando mi abuela llevaba tres meses embarazada de mi madre. Ellos vivían en esta misma casa. Conseguí un arma, viajé al pasado y, cuando él salía de su casa rumbo al trabajo, a las seis de la mañana, le vacié medio cargador en la cabeza. Me aseguré de que ya no respirara y volví al laboratorio lleno de remordimiento y dolor. Todo estaba igual. Entré a Internet para ver los diarios en línea y en primera plana estaba la foto del dictador anunciando un nuevo golpe a los rebeldes comunistas. Mi abuelo estaba vivo. No tenía mucho tiempo de averiguar qué había fallado. Según la computadora, en esa nueva línea temporal yo no llegaba a nacer nunca. Por alguna razón el hueco en la paradoja parecía no existir. El siguiente punto clave para entrar al tiempo y cumplir mi cometido se ubicaba justo en el día de mi sexto cumpleaños y en la puerta de mi propia casa. Asesiné a mi abuelo segundos antes de que levantara su mano para tocar el timbre. Lo malo es que aún recuerdo la cara de horror de mi madre al abrir la puerta y verlo muerto a medio metro de un enmascarado que desapareció segundos después, al igual que el arma homicida. Sé el dolor que le causé, mi abuelo parecía ser entonces un hombre común y es otro de los motivos que me impulsaron a contarte todo esto. El peso de su mirada me estaba matando. Pero este mundo de libertad y bienestar no existiría si no hubiese hecho lo que hice. Ahora vos también lo sabés. Lo siento. No quería asustarte.

Salí al patio a tiempo de ver caer el sol tras el horizonte, feliz de haber hablado y de saber que esa realidad global que ahora disfrutábamos era mejor —mucho mejor— que ese horrible lugar donde mi abuelo era un déspota homicida y mi país un lugar donde los derechos humanos no existían.

Laura salió diez minutos más tarde y se sentó a mi lado, aferrada de mi brazo.

—Te casaste con un loco, ¿eh? —dije—. ¿No te arrepentís?

—Un loco valiente y adorable —contestó—. ¿Sabés? Hay algo que no entiendo. Vos creaste la máquina porque tu abuelo te dio el proyecto y te puso en la Universidad, pero si él nunca existió como presidente…

—Vaya —dije, sorprendido—, veo que tenés un buen pensamiento circular. No sé explicarlo del todo, pero por alguna razón la máquina y yo al movernos en el tiempo quedamos por fuera de su flujo normal y de los cambios. Por eso mis recuerdos son diferentes de los del resto del mundo. La realidad donde Roberto y yo creamos la máquina sigue siendo mi única realidad. El proceso que llevó a su creación sólo existe en mi memoria. No hay documentos, registros, nada de nada.

—¿Y dónde está ahora la máquina del tiempo? ¿Qué hiciste con ella?

—La usé por última vez y luego la destruí. Es demasiado peligrosa.

—Le salvaste la vida a tu padre y luego…

—No, no —respondí sonriendo ante su lógica—. Lo de papá es casual, una de las tantas variables sucedidas al modificar la línea temporal, igual que el choque de Roberto en la moto. Usé la máquina para ver qué diablos había fallado la primera vez.

—¿Y lo descubriste?

—Lamentablemente sí, porque descubrí que mi adorable abuela, mi correcta y moralista hasta la médula abuela, mi super religiosa abuela, al verse sola tras la muerte de mi abuelo, había matado a mi madre: con cuatro meses de embarazo, se hizo practicar un aborto.


Nota final


Varios lectores me han hecho saber que no entendían bien el cuento. Tal vez, dado mi afición a las novelas de ciencia ficción y sus convenciones, pensé que era fácil de comprender.

Las acciones del protagonista en el pasado, repercuten en los hechos que suceden a partir del momento de su intervención. No se crean líneas temporales paralelas, cómo esos multiversos tan de moda hoy por hoy.

Por eso, el segundo viaje consigue el efecto deseado de evitar la dictadura al eliminar a su principal gestor. Sé que suena simplista, y reconozco que lo es, ya que hay muchos más factores, y que el solo hecho de eliminar a su abuelo no sería suficiente para evitar lo que pasó. Sin embargo, se trata de un cuento y en el terreno de la fantasía todo es posible, incluso verosímil. El primer viaje falla a causa de la insólita decisión de la abuela al realizarse un aborto, algo imposible de concebir dadas sus creencias religiosas y los frenos morales de la sociedad.  

Esa línea temporal fallida, desaparece, aunque deja un rastro que permite a nuestro protagonista, ya no influir en ésta, pero sí observarla como si fuera un país de fantasmas (concepto vertido por Isaac Asimov en su novela “El fin de la eternidad” ), y así saber en qué había fallado ese primer intento, ya que al no nacer su madre, él no existiría y no podría haber creado la máquina del tiempo. Por tanto, ese primer viaje no hubiera sido posible.