EL INOCENTE(Primera parte)
Las cosas habían ido de mal es peor desde aquel loco día en que dejé mi trabajo para iniciar un tour en bicicleta por todo el país. Mi vida se convirtió en una sucesión de hechos desgraciados.
Cometí demasiados errores. El primero, retirar todo mi dinero del banco y llevarme el efectivo conmigo. El segundo, pensar que iba a poder ganar algo de dinero mientra viajaba. En realidad, pese a estar orillando los treinta años, nunca había estado lejos de casa más de dos días y siempre había trabajado como vendedor en una mueblería cercana. Era capaz de vender arena en pleno desierto. Pero; ¿Quién iba a contratar a alguien por, a lo sumo, una semana?
Tercero, creer aquella fantasía de que la gente del interior era más sana y no tenía maldad. Pequé de inocente.
Para empezar, rompí con mi novia. Ella no entendía mi repentino amor por la aventura, y a decir verdad, yo tampoco. Creo que solo quería huir de algo sin saber exactamente de qué. La rutina quizás, aquella moda de “salir de la zona de confort” tan en boga por esos días o simplemente tratar de saber qué quería hacer con mi aburrida vida.
Apenas arrancado el viaje, lo que amaneció como un hermoso día primaveral, para la tarde se tornó en uno amenazante y oscuro. Llegué al hostal donde pernocté aquella primera noche ensopado de pies a cabeza. No le gustó nada al encargado que mientras pagaba mi estadía con billetes empapados, iba dejando un pequeño lago delante de la recepción. Las pulgas no me dejaron dormir mucho esa noche, y en silencio maldije a mi primo por recomendarme ese lugar.
Los siguientes días no fueron mucho mejores. Parché mi rueda trasera tantas veces que ya no se distinguía la cámara de los parches.
La torta de fiambre y queso que me había preparado mamá duró en buen estado menos de lo que pensaba, pero la comí igual. No lo recomiendo. Fui dejando un asqueroso reguero al costado de la ruta y era difícil mantener el trasero apoyado en el asiento. “Hemorroides”, me dijo un matasano que consulté en un pueblito. Me vendió una pomada efectiva, pero con un fuerte olor muy desagradable. Ya empezaba a cuestionarme si no era hora de volver a casa, pero mi orgullo pudo más. Seguí adelante.
Luego de varios días sin incidentes, confiaba en que ya todo iría bien, pero el diablo nunca descansa. Para empezar, uno de los morrales laterales de la bici se descosió y fue dejando su contenido cual migajas de pan en el cuento de Hansel y Gretel.
No había llegado a la mitad del viaje, cuando una hermosa muchacha llamó demasiado mi atención y terminé de cabeza en una cañada. No era profunda, pero si caudalosa, y se llevó parte de mi ya menguado equipaje. Además de convertir mi rueda delantera en un inútil símbolo del infinito y mi teléfono en un trasto inservible.
Conseguí una rueda usada por más de lo que valía una nueva y me dirigí a la ciudad más cercana a reparar el celular.
Al técnico le bastaron dos minutos para ver que no había chance de repararlo, y no quise gastar el poco dinero que aún tenía en comprar otro.
Le dí las gracias, fui a un cibercafé (por suerte aún quedan algunos ), decidido a rearmar mi itinerario de viaje encerrado sin chance en la memoria del celular. Sin pensarlo siquiera un segundo, dejé mi birrodado en el porta-bicicletas, sin tranca ni nada, confiando en que aquel lugar no era la jungla montevideana.
Continuará....
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