sábado, 9 de agosto de 2025

EL NIETO DEL DICTADOR (adelanto)

 Dejo por aquí el comienzo del cuento de ciencia ficción que da nombre a mi libro.

 SE AGRADECEN LOS COMENTARIOS. ES BUENO SABER QUE HAY SERES HUMANOS DEL OTRO LADO DE LA PANTALLA.

El nieto del dictador (o el hueco en la paradoja del abuelo)


—Pero, entonces, ¿sí hubo una dictadura? —preguntó por tercera vez Laura, totalmente desconcertada.

—Sí —respondí algo ofuscado.

Ella se miró las uñas, pensativa. Sus ojos color aceituna me miraron con una mezcla de odio y fascinación.

—¿Y tu padre, ese señor que saludé hace cinco minutos, llevaría ya cinco años muerto?

—Así es.

Ella comenzó a reír a carcajadas.

—Y yo era un señor viejo, gordo, de barba y anteojos, ¿no? —preguntó divertida.

Su risa me hizo aflojar la tensión y reírme también.

—No, no es lo que recuerdo. Creo que siempre fuiste una hermosa chica. Y también una muchacha muy inteligente.

Mi decisión de contarle todo flaqueaba de a ratos. Llevábamos tres años de casados y nos conocíamos desde la escuela. Amaba a esa mujer y la sabía capaz de entender lo sucedido, aunque a mí mismo me costara creerlo.

Yo era el único que lo recordaba, porque para todos los demás jamás había sucedido. Ni la dictadura, ni el terror, ni la guerra civil que, tras largos años y muchísima sangre derramada, no logró derribar al gobierno de facto. Todos esos hechos que habían marcado mi infancia y adolescencia quedarían para siempre grabados a fuego en mi alma y, a pesar de lo reales que eran para mí, nadie tenía el más minino recuerdo de ellos.

—Hacé como si lo que te estoy narrando fuera un cuento y trata de no interrumpirme demasiado. No es fácil para mí, pero necesito descargarme. Ya no soporto más la culpa y el secreto. De más está decirte que todo lo que te cuente debe quedar entre nosotros dos. Hace cuatro años ya que guardo el secreto y hay noches en que la culpa no me deja dormir. Por lo general estoy convencido de que lo que hice fue lo correcto. Y los hechos finalmente me dan la razón. Esta paz, este progreso, esta libertad. Esta sociedad llena de vida y solidaridad hace cinco años era inconcebible. Y aunque lo que hice iba en contra de todas mis convicciones, sé que fue lo correcto.

—¿Y qué hiciste, tan malo? —preguntó entre desconcertada y sarcástica—. Si se puede saber.

—Asesiné a mi abuelo, no una sino dos veces —le espeté.

Sus hermosos ojos se abrieron como platos, echó la cabeza hacia atrás y luego, cerrando los ojos como si hurgara en su memoria, acertó a decir con una voz apenas audible:

—Pero no, no puede ser. Es una muy mala broma. Tu abuelo lleva muchos años muerto. ¿Cuántos años tenías cuando pasó?, ¿seis, siete, ocho? ¿Quién sos, Billy el niño?

—No lo maté cuando era un niño. Ya te dije que todo esto pasó hace cuatro años.

Laura se levantó sin decir palabra y fue hasta la cocina. Diez minutos después volvió con el mate en una mano y el termo en la otra.

—Parece que esto va a ser largo y complicado —se justificó—. Empezá a explicar desde el principio, porque, o tú te volviste loco, o soy yo la que está loca.

«Esto no va ser fácil», pensé. Si bien Laura era muy inteligente, más que el promedio, no era una persona muy imaginativa o de mente abierta. Y tampoco era una científica. Lo suyo era el arte.

—Viajé al pasado y lo hice, una vez y otra vez más. Ya te lo dije.

—Entonces, la paradoja del abuelo no es correcta —afirmó.

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                                                                  Continúa en el libro