Sigo compartiendo textos del taller de narrativa en facebook. En este caso el desafío era terminar con la frase elegida, tomada de una canción.
EL ABUELO
-Así es, querida nieta, yo aún puedo verlos por las noches – insistió el abuelo.
A sus casi noventa años, las huellas del sufrimiento se dejaban ver en su triste mirada y su rostro colmado de arrugas. Una burda cicatriz cruza su mejilla. Producto de aquella vez que quiso saltar el muro para reencontrarse con su hermano y terminó con una bala rasgando su cara.
La niña lo mira con los ojos grandes de admiración. Ama a su abuelo, pero le cuesta aceptar que en pleno siglo veintiuno alguien cree aún en esas cosas. Pero lo escucha con la fascinación propia de sus ocho años, que hacen que vea en el viejo a un gigante.
El abuelo ya no puede cargarla sobre sus hombros, pero le encanta caminar de su mano y escuchar sus historias. Aunque sean fantasías sobre un muro que dividía la ciudad y unos ángeles que ayudaron a derrumbarlo. Y que a veces le cuente cosas sobre la guerra que su inocencia no alcanza a comprender.
El abuelo, sentando en el banco de la plaza, la mira con ojos rebosantes de ternura mientras la niña intenta dominar el giro con los patines. Cuando ella se cansa, vuelve a sentarse junto a él y le da un beso tan grande que el corazón del viejo amenaza derretirse.
-Abuelo, tú dijiste qué los ángeles vinieron a romper el muro, ¿por qué todavía están aquí?
El viejo medita la respuesta. No puede explicarla a una niña que el odio que levantó esa pared, creó a su vez un muro invisible en el alma de la gente. La vieja locura y los nacionalismos radicales que cada tanto resurgían, y le traían los más tristes recuerdos.
- Quizás se encariñaron con nosotros- dice mientras le guiña un ojo.
La respuesta parece calmar su curiosidad. Pero no, ¿será que de verdad existen?
-Abuelo, ¿tú crees que yo también pueda verlos algún día?-pregunta pícara.
El abuelo, sonriente, contesta convencido:
-Si crees en ellos, podrás ver que, aún hoy, vuelan los ángeles sobre Berlín.
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