EL INOCENTE ( Segunda parte)
Huelga decir qué cuando salí, feliz con mi nueva ruta impresa, no estaba la bicicleta. Maldiciendo, pregunté por la comisaría, “A dos kilómetros por esa calle”, me indicó el muchacho del ciber.
Hice el camino cabizbajo, meditabundo, reprochándome mi inocencia.
Mientras el oficial de turno llenaba el parte de la denuncia, presionando las letras de su máquina con un único dedo, sentí una mano apoyarse en mi hombro.
—¿Así que éste es el abombao que dejó de regalo la bicicleta en el ciber?.Le faltó ponerle un moñito no más. —dijo casi gritando y exagerando el acento de paisano.
Volteé despacio, seguro de conocer esa voz. Pero mi memoria no conseguía ubicar al hablante.
—¿No te acordás de tus amigos de la infancia,ché?. Mírame bien, niki, mirame bien.
—Solo alguien tan mala onda como Gabriel me decía niki, como verás he crecido bastante. Pero vos no podés ser mi viejo amigo.
Lo miré bien. Gabriel había sido un chico muy delgado, enfermizo, que se había mudado apenas terminar tercero de escuela “porque el aire de las sierras podía mejorar su salud”.
Este muchacho era decididamente gordo, pero sacándole los kilos y el bigote…..podía ser.
—¿Sos…Gabriel Azambuya, de tercero B?
Si algo era distintivo de mi viejo amigo era su franca sonrisa. Cuando por fin, abriendo los brazos se acercó sonriente, no tuve dudas.
—¡Venga ese abrazo, chamigo!— exclamó mientras me estrujaba entre sus brazos.
—Veo que el aire de la sierra te ha hecho bien —dije cuando conseguí recuperarme de su efusivo saludo.
—El aire y un médico de familia que se dio cuenta cuál era mi problema y lo solucionó. Cosas de dotores.
—Estás muy agauchado, hermano. Tantos años hace…
—Veinte—me interrumpió.—Pero decime, ¿Qué andás haciendo por estos pagos?, ¿Te puedo ayudar de alguna forma?.
—Ay, amigo, si te contara.
Terminé el trámite en la comisaria y nos fuimos a un bar. Iba a decirle que estaba corto de dinero, pero antes de que pudiera abrir la boca, aclaró que él invitaba. Entre grapa y grapa le conté todos mis desgracias.
—Tenés que ir a lo de María. A vos te hicieron un güalicho.
—No creo en esas cosas. Pero con probar no pierdo nada —agregué al ver su mirada de enojo.
—Vos siempre tan racional—apuntó sonriente. María es la mejor. Y es mi hermana.
Sonreí ante su acotación. No recordaba a su hermana para nada, pero cuando se mudaron a Minas ella recién estaba arrancando la escuela.
—Vamos chamigo, te llevo en la moto.
—No te vas a arrepentir—agregó guiñándome un ojo.
Y tuvo razón.
Porque cuando la vidente abrió la puerta, supe que había encontrado la razón de tantas desgracias, el porqué de mi locura aventurera. Todo era una excusa de la vida para acercarme a ella. Aún pasó un largo tiempo antes de que aceptara salir a tomar algo conmigo y más aún para robarle el primer beso.
Ella, como buena vidente, dijo que lo supo desde que mi amigo y ahora cuñado le dijo con sorna :«Voy a buscar a un abombao a la comisería, parece que le robaron la bicicleta por ser demasiado inocente»